Arte Comprometido

octubre 20, 2023
Cruz de Castro

Es vieja la polémica de la función social del arte, llegando a confundir, en algún momento, el arte comprometido con el arte como propaganda política al servicio de determinadas  ideas.

El cuadro titulado Guernica, que  Picasso pintó en 1937, está lleno, inexorablemente, de connotaciones políticas, antes, en y después de su ejecución material. “Antes” de su gestación,  porque el propio Gobierno español de la República, que hizo el encargo de la obra para la Exposición Internacional de París, participaba en este Certamen con la intención política de recabar la solidaridad internacional para la causa de la democracia, y no solo de la española. “En” la ejecución material, porque cuando Picasso andaba buscando el tema del cuadro, sucede el bombardeo de Guernica, que, con sus trágicas consecuencias, le da al pintor las claves para su obra. Y “después”, porque se ha convertido para el mundo entero en el símbolo plástico de la lucha por la libertad.

Pero toda esta politización ha podido, en cierta manera, hacer olvidar los méritos artísticos de la obra como tal, y que algunos, sobre todo los no expertos en arte, han llegado a creer que la importancia del cuadro le viene dada por la campaña política que sobre él se ha generado. Nada más lejos de la realidad. Picasso alcanza con esta obra no solo uno de sus trabajos más logrados, sino una de las obras capitales del arte moderno.

Guernica empieza por ser una pintura intemporal. Salvo en el titulo, no hace ninguna  referencia al lugar de los hechos. Argumentalmente, no tiene datos tampoco que se puedan relacionar con el bombardeo de la ciudad vasca. El pintor no ha operado como un fotógrafo reproduciendo unas escenas de guerra en un espacio determinado, sino que se ha valido de síntesis y de símbolos. Es el drama, la tragedia, el grito desesperado de unos seres, cualquiera que sea su nacionalidad, impotentes ante la fuerza bruta. Es la muerte, en definitiva, de la civilización a manos de la irracionalidad más absoluta.

Pero todo esto, que podría haber sido representado de muchas formas, Picasso lo hace de la única manera posible: no representar unos hechos, sino que el propio cuadro sea un hecho en sí mismo

Si el bombardeo de Guernica asoló, destruyó y calcinó a la población, la pintura tiene que ser calcinada, muerta. La fuerza de la obra no tiene que estar en el argumento, sino en la forma y en el lenguaje. Y las formas quedan reducidas a esquemas, sin corporeidad. No son seres los que hay pintados, sino esquemas de seres. No hay volumen, porque ha sido destruido. Y tampoco hay color. Picasso solo emplea el blanco, el negro y la mezcla de ambos que es el gris. La ausencia de color como ausencia de vida. Es como una fotografía calcinada, abrasada en el laboratorio.

¿Qué queda, pues, si no hay ni color ni volumen? Nada. Queda el esqueleto. Picasso ha pintado el esqueleto de un cuadro, es decir, lo que queda después de poseerlo la muerte. Lo mismo que la ciudad vasca de Guernica: quedó solo el esqueleto después del bombardeo. El pintor ha empleado en su obra el mismo lenguaje que los verdugos emplearon en Guernica.

Picasso, en alguna ocasión, comentaría con unos críticos alemanes acerca del cuadro: “No fue obra mía, sino de ustedes”

Francisco Cruz de Castro